Pablo Huneeus
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EL MALETÍN DEL MATUTE
por Pablo Huneeus

Hecho a mano en cuero repujado, de medio metro de alto, por cuarenta centímetros de ancho, lo tengo desde el inicio de la era del jet, cuando me casé. Eran los años 1960, cuando la línea la nacional LAN era un orgullo patrio y Pan Am volaba a todos los continentes, salvo la Antártica, luciendo sus recién salidos de fábrica Boeing 707 propulsados por cuatro motores Pratt & Whitney, lo máximo en autonomía de vuelo (non stop Río—SCL, silencio en la cabina, un susurro apenas, y seguridad.

En esos tiempos, considerados la era dorada de la aviación, a los pasajeros nos trataban como la gente: asientos amplios, azafatas descansadas y pilotos de primera, de correcto inglés y entendible castellano. A las maletas, no tanto porque cual resabio de los aviones de tela, permitían sólo veinte kilos de equipaje, y bastaba pasarse en 250g para que, aun siendo flaco, multaran el exceso con tarifa de infracción.

Sin embargo, tal como las damas acarrean su cartera, uno podía llevar un bolso de mano que nadie trajinaba. Así que métale libros de arte, cornamusas de bronce para la nave y pailas de cerámica para el caldillo, o sea cuanto souvenir de peso hubiésemos adquirido, al maletín caramba.

Fue regalo de matrimonio de una tía de Delia, doña Carmen Walker Larraín, quien tomó el casamiento de su sobrina como si fuera el de su hija única, la “Carmencita” (Carmen Guesney W.) fallecida en un accidente pocos años antes. Se esmeró en ayudar con el vestido de la novia, las listas de invitados y los partes, de si esta cartulina o la otra. Fue anotando en un cuaderno cada uno de los regalos que iban llegando para luego escribir a mano el agradecimiento de rigor, además de colmarnos de obsequios, entre ellos un chal de vicuña que aún circula en la familia y un juego de maletas Huidobro, en medio de las cuales venía este maletín que viajó junto a nosotros a Ginebra, donde nació la Dra. Andrea Huneeus.

Al fondo, se aprecia el 707 en que volvimos de Brasil luego de una tregua que nos dimos a medio tiempo los dos. Tregua en nuestras respectivas carreras, en la intromisión de la familia, el trabajo y la religión en la vida conyugal, y tregua al mundanal ruido para así permitirle a nuestros corazones volver a escucharse el uno al otro.

La primera escala fue en Río de Janeiro. Dormir hasta tarde en un hotel silencioso con vista al mar…”Moça do corpo dourado do sol de Ipanema” canta Jao Gilberto, que cosa más linda, la sensualidad. La otra fue en Belo Horizonte, a 400 km para ir a Ouro Preto, la antigua capital de Minas Gerais, a conocer las esculturas de Aleijadinho, el Miguel Ángel negro, quien hacia los años 1700, además de diseñar los exuberantes templos barrocos de la comarca, realizó en piedra basáltica y maderas exóticas una infinidad de dramáticas estatuas, algunas enormes, todas finamente estilizadas. Fue refrescar la mente en las altas vertientes que Brasil mantiene ocultas, su riquísima cultura.

Obsérvese lo felicote que venimos. Ambos, cual reclutas desfilando, con el pie izquierdo adelante. Así como el smoking para los bailes y el frac para las cenas de gala, el terno y corbata era lo obligado para viajar en avión, por lo que el sujeto a la derecha parece un secretario menor cargando ambos maletines, el de la Diva con la mano derecha y el de la tía Carmen con la izquierda, bien agarrado.

Ella, lo típico del glamour ambiental; antes de aterrizar ha acudido al vestiaire a pintarse. Luce un traje sastre perfecto, taco alto y aros de zafiro. Pero lo significativo es la actitud triunfal diríamos, reflejada en su mano derecha, manaza ¿no?, que del vientre la cubre hasta el esternón, donde el dedo índice, aunado con la sonrisa, está diciendo: aquí es la cosa.

Y ahí estaba, el contrabando. Calladito ingresó al país sin declaración de aduana ni visa, de incógnito. Escondido estuvo juntando fuerza hasta que a los nueve meses, –16 de julio de 1969– luna nueva, en el quinto piso de la Clínica Santa María, brinca a la luz en parto normal el andinista de bravas cumbres, actor de teleserie y realizador audiovisual Pablo (Nico) Huneeus Vergara.

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