Pablo Huneeus
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¿SIRVE IR A LA UNIVERSIÁ?
por Pablo Huneeus

Una vieja idea que no cuadra con la modernidad es la de que un título profesional universitario asegura rectitud moral, preparación técnica y buenos ingresos. Salvo los egresados de carreras establecidas, –medicina, ingeniería civil, economía, derecho y arquitectura en universidades tradicionales– a todos los demás, en especial si vienen de la industria privada de educación terciaria, les resulta cuesta arriba encontrar trabajo acorde a sus estudios.

Varios vientos se conjugan en esta tormenta que, lejos de amainar, va en aumento:

1.- Como reacción a la crisis financiera de 2008, las grandes compañías hicieron razias contra su personal básico, el soldado raso digamos. Pero últimamente las emprendieron contra su plana técnico–ejecutiva, y por todo el mundo están desvinculando a miles y miles de abogados, médicos, analistas, ingenieros comerciales, geólogos y programadores altamente capacitados.

Paradojalmente, es el éxito de los cerebros tecnológicos en crear máquinas que incrementan la productividad, como los computadores e Internet, lo que terminó haciéndolos a ellos mismos desechables.

2.- De no ser por los nichos forzados que obligan a la firma de un calienta silla con patente de corso, cualquiera persona con educación media y computador conectado puede hoy recetarse el remedio adecuado, proyectar su propia casa y constituir de lo más bien una sociedad. Ídem, con problemas específicos dentro de la empresa; para solucionar una pana o mecanizar un proceso ya no hace falta contar con un profesional de planta.

3.- Junto con el alza exponencial de los aranceles universitarios, se ha devaluado “capital humano” de invertir en educación. La noción de que mientras más larga y cara la carrera más plata ganarás, ha producido toda una raza de endeudados sin esperanza, que nadie quiere cerca. Ya son personas adultas, pero incapacitadas para tener casa propia y formar familia. No pueden devolver el producto fallado que es la idea de un título como “ábrete Sésamo” para acceder al éxito, ni cambiarlo por otro o revenderlo de ocasión.

4.- Falsa promesa. Los datos de satisfacción de la clientela con el producto ofertado que da la propia industria que lo comercializa no son confiables. A ojo, es al menos la mitad de los egresados que al cabo de cinco años en las aulas, trabaja –cuando encuentra ganapán– en algo para lo cual nada de lo aprendido en cátedra sirve.

Mira a tu alrededor. ¿Acaso no sabes de compañeros de curso, parientes o vecinos que estén dando la hora?

5.- A los empleadores no parece hoy interesarles tanto las habilidades y conocimientos del postulante, como lo altisonante y prestigiosa que sea la universidad de donde proviene.

Entonces, al peguntarse de qué sirve la universidad, resalta una idea más vieja, aún, probada desde la “Akademeia” que fundara Platón siglos antes de nuestra era: existe como unión de maestros y discípulos dedicados a engrandecer el espíritu por medio de la filosofía y del arte de las musas (danza, teatro, música).

Sócrates nunca cobró por enseñar y en su corta vida hizo más por impartir conocimientos que mucha corporación de lucro y campanillas.

* * *
Réplicas.
Claro que no sirve. La educación es para los ricos que tienen pitutos; mi hijo estudió 3 años de ingeniería en informática y no pudo seguir por dinero, pero cuando se arregló la situación convalidó y estudió analista en informática. Terminó en el Duoc de la UC sin deberle un peso y se recibió, pero en todos lados le piden experiencia profesional.
¿Para qué estudian si los gobiernos permiten esta tontera? Lleva casi un año de graduado, miles de currículum y aún sin trabajo. Se gastaron millones en obtener un título de ANALISTA PROGRAMADOR COMPUTACIONAL.
Marisol Sepúlveda Moreno

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