Pablo Huneeus
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LOS MURALISTAS DE SANTIAGO OESTE
por Pablo Huneeus

El sábado 17 de enero de 2015, día largo y asoleado, andaba por Santiago Oeste en busca de viejas vigas para un nuevo proyecto cuando al final de avenida Mapocho, en una calle aledaña al Parque Cerro Navia, me topo de sopetón con algo que en mi perra vida había visto: juventud derribando The Wall.

Sí, es el mismo muro que de Berlín a Palestina, de la Autopista Central a la bóveda del millonario, y del condominio enrejado a los prejuicios aprendidos, nos divide en clanes cerrados. Ahí estaba, ahora en la forma de una tétrica pared de cuatro metros de alto, edificada en ladrillo tendido con soportes de concreto armado, faltando sólo el alambre de púas para servir de cárcel o de corral para yeguas robadas.

Una comparsa de supuestos «grafiteros» –tres niñas en shorts y cuatro muchachos de jockey– estaba demoliendo el muro, no a chuzazos ni explosivos, sino a pinceladas de color, como queriendo humanizarlo.

Tenían estos jóvenes, desplegada sobre la vereda y parte de la calle, cantidad de tarros de pintura, escobillas, envases de espray, bocetos, andamios y escalas, todo perfectamente ordenado; y hasta con un toldo portátil que instalaron sobre sus herramientas de trabajo para protegerlas de la canícula.

Integran una agrupación de nombre «Muralistas El Brochazo, taller de verano 2015». Es una cuadrilla de generación espontánea, sin patrón ni mecenas, que busca darle dignidad a su barrio, y para ello embellecerlo de adentro hacia afuera con intervenciones de contenido. Muy distintos estos artistas a pleno sol, de quienes cubiertos por la noche rayan paredes con grafitis ininteligibles; unos alegran el entorno, otros lo enturbian.

Al día siguiente, domingo 18, en lugar de sentarme a escribir, salí con la primera luz del alba a ver el producto terminado. Ya no está la pared ahí; en su lugar, los ladrillos tendidos fueron transformados en lienzo de los modernos «da Vinci», y los soportes de concreto en marcos de rostros que llevan a pensar. El arte había cambiado la sustancia de la materia.

A todo color propaga el mural la fraternidad entre ancianos y adolescentes que debiera reinar en la sociedad justa. Unos aparecen representados por el hombre de pelo blanco y bastón, mientras los menores toman la forma de un chico con su típica gorra vuelta hacia atrás. Extiende éste su brazo para ayudar al abuelo a cruzar lo que debiera ser el campo de flores bordado, pero en la realidad es para la tercera edad un arenal de descuentos electrificados. (Ver Imagen)

De ahí, anduve rumbeando el barrio, calle San Pablo abajo, estación Neptuno, etc. para apreciar más lo que viene a ser uno de los fenómenos más destacados de la cultura contemporánea del país.

Fenómeno que sorprende a los visitantes extranjeros, especialmente en Valparaíso, y que ha sido objeto de doctos estudios en el gran mundo, como es el caso del libro del historiador inglés Rod Palmer «Street art, Chile» publicado en Londres el 2008, y que acaba de aparecer en castellano bajo el título «Arte callejero en Chile», (Editorial Ocholibros, 2013). Trae una selección impresionante de la maestría que cubre territorios urbanos de Antofagasta a Punta Arenas.

Aquí sólo puedo poner una foto a la vez. Otras, las he subido a Facebook, mientras la urgencia de corregir pruebas –nuevas ediciones de «El Íntimo Femenino» y de «Nuestra Mentalidad Emprendedora»– me impiden este verano dedicarle a tan importantes visiones el tiempo que merecen.

Moraleja: Mientras haya juventud idealista, aún tenemos patria.

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