Pablo Huneeus
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EL ASESINATO DE KENNEDY
por Pablo Huneeus

El próximo 22 de noviembre se enteran cincuenta años desde que el 35º Presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy (46), fuera ultimado a tiros mientras visitaba la ciudad texana de Dallas en compañía de su mediática esposa, Jacqueline.

Junto al bombardeo sorpresa perpetrado por la Armada Imperial de Japón a la base naval estadounidense de Pearl Harbor el domingo 7 de diciembre de 1941, y al ataque terrorista a las «Twin Towers» de Manhattan el martes 11 de septiembre de 2001, el asesinato de Kennedy –viernes 22-nov-1963– es el drama más sentido, recordado y discutido por los americanos.

Tema obligado de cavilaciones y memoriales, los miles de libros que se han escrito sobre el homicidio del siglo, más los cientos de películas y decenas de encuestas revelan que al menos tres de cada cuatro gringos, o sea unos 230 millones de personas, duda de la versión oficial de que el hechor fue un francotirador independiente –Lee Harvey Oswald (23)– que actuó de motu proprio, sin presión ni apoyo de nadie.

Kennedy, de ascendencia irlandesa, era el primer católico en ocupar la Casa Blanca, lo que de por sí ya era resistido por la ultra derecha religiosa que allá es eminentemente judeo-protestante. Su carisma juvenil –Presidente a los 43– sumado al entusiasta seguimiento de trabajadores, estudiantes e intelectuales (artistas, profesores y periodistas) a su altísimo nivel de aprobación en las encuestas, y a sus inclinaciones pacifistas, típica de quienes verdaderamente han combatido en una guerra, le ganaron, por otro lado, una larvada enemistad del «military-industrial complex» que denunciara el propio general Dwight D. Eisenhower en 1961.

Encima, su hermano Robert, a la sazón Fiscal Nacional de los Estados Unidos, las había emprendido como nadie antes contra el crimen organizado. En su primer año en el cargo entregó a la justicia a 171 chantajistas que cobraban millones por brindar «seguridad» a tiendas e industrias, contra 24 del año anterior. En octubre de 1963 había asestado un tremendo golpe a la Cosa Nostra que recaudaba billones de dólares de casinos, sindicatos y prostíbulos bajo su control. Hizo al capo mafiosi Joseph Valachi declarar contra sus congéneres a cambio de protección gubernamental, con lo que fue cayendo una banda tras otra.

A la enemistad de la mafia americana se sumaba la del Klu Klux Klan, una organización terrorista del sur de los Estados Unidos que combate la integración racial. No le tenía buena a JFK, como que a pocas horas de su discurso por cadena nacional sobre el deber moral del gobierno de respaldar el ingreso de estudiantes negros a la Universidad de Alabama, el 12-jun-1963, un militante del Klan, premunido de un histórico fusil «M1917 Enfield» volteó de un tiro por la espalda, al activista negro de derechos civiles Medgar Evers.

Evers se había enrolado en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, llegando al grado de sargento primero y recibiendo honores por su valentía en el desembarco de Normandía. A su regreso postuló a leyes en la Universidad (pública) de Mississippi, donde fue rechazado por ser de color.

Como si lo anterior fuera poco, en la víspera de la llegada del presidente a Dallas, «míster Nobody» había distribuido por el centro de la ciudad un panfleto (ver Imagen) acusándolo de traidor a la patria, vendido al comunismo, anticristiano y falsario. ¿Fue para hacerle ambiente al sicario?

Así todo, del aeropuerto la guardia pretoriana accede a que el emperado sea paseado por el centro de esa controvertida ciudad en una limusina abierta, sin techo ni blindaje. A las 12:30, frente a una plazoleta, él y el gobernador de Texas, John Connally son alcanzados por tres, o cuatro disparos que el mentado Oswald les habría propinado desde el sexto piso de un edificio. ¿Cómo supo de antemano la ruta de la comitiva?

Uno de los temas recurrentes de discusión es qué tan buen tirador era Oswald, pues no cualquiera acierta tres veces a 90-100 metros a un blanco en movimiento. Menos, con una carabina italiana calibre 6.5 marca «Carcano 91/38» del año 1940, como la dejada entre unos cartones del sexto piso. El autor material del crimen la habría comprado por correo a un traficante de excedentes de guerra en US$ 19.95.- (más despacho) y no se sabe que hubiese practicado con ella. Es de repetición, no automática, por lo que entre tiro y tiro hay que accionar a mano el cerrojo. Entre el primer y tercer balazo transcurren 6.5 segundos.

Lo del cuarto disparo, el mortal que habría entrado por detrás al cráneo del presidente, sigue en la nebulosa, como también los dos hombres que fueron vistos alejarse de la plazoleta luego de pasar la comitiva.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente, Oswald, parece haber sido la consigna de la policía porque en lugar de interrogarlo, a medianoche lo exhibe a la prensa justo al momento en que irrumpe de entre los camarógrafos de TV, el hampón Jack Ruby (Jacob Leon Rubenstein). Es dueño del «Carousel Club» un cafetín de striptease muy concurrido por nocheros, detectives y elementos de la mafia. Ante la presencia de millones de espectadores saca del bolsillo un revolver .38 y le aforra a Oswald dos tiros en el vientre que lo dejan muerto en brazos de los gendarmes que lo llevaban esposado.

También, la justicia oficial sindicó a Ruby de simple homicida por cuenta propia. Quedó cumpliendo condena en Dallas, al alcance de los capos locales y falleció en custodia, cerrándose así otra pista más.

En cuanto Kennedy fue declarado muerto, el Estado de Texas hizo valer su derecho a efectuar la autopsia de rigor en Dallas, pero «at gunpoint», o sea blandiendo sus armas, los miembros de la guardia presidencial se abrieron paso por el Hospital Parkland con su cuerpo sobre una camilla y abordaron el «Air Force One» que los condujo, junto a su viuda y al vicepresidente Lyndon B. Johnson derecho a Washington. En pleno vuelo, con Jacqueline al lado, Johnson juró como nuevo Presidente de la República.

El caos, desconcierto y espanto de las horas siguientes fue total. El mundo entero fue sacudido por una sensación inaudita de miedo que llevó a cerrar colegios y alistar bombas termonucleares de hidrógeno.

Hoy eso se conoce como «The Shock Doctrine» (libro de Noami Klein), teoría según la cual el libre mercado y globalización a la americana han llegado a dominar el mundo en base a crear situaciones, como la invasión de Irak, que conducen al traspaso de activos –petróleo, cobre, caminos públicos, pesca– a los grandes conglomerados financieros.

En atención a que Kennedy había sido teniente de la marina durante la Segunda Guerra Mundial, su autopsia la hicieron en el Hospital Militar Bethesda, próximo a la capital.

Por supuesto, grande y solemne funeral de Estado con todos los honores, pues lo que enterraron en el cementerio de Arlington no fue sólo el cuerpo de un hombre justo, fue la inocencia de los Estados Unidos.

Detrás de la Casa Blanca, tan mansa y pura, había emergido la Caseta Gris del perro policial. Dicho asesinato, el primero a un Jefe de Estado americano con la intervención de agentes del mismo Estado, evidenció el lado oscuro de gran democracia del norte. A medida que afloraban detalles del operativo, se fue viendo la perversa relación entre el orden establecido por voluntad de un pueblo libre y el andamiaje de armas de destrucción masiva, sicarios de terno y corbata, servicios secretos, gánsteres, aviones «drones» de última tecnología para asesinar desde el aire, espionaje de Internet y fuerzas especiales (grupos SWAT) contra la demanda social.

De ahí en adelante, es un continuo crecimiento del «military-industrial complex» llegando el Ministerio de Defensa de los Estados, con sus múltiples reparticiones y agencias, a ser el mayor empleador del mundo, con 3,2 millones de funcionarios. El gasto en defensa –el mayor, lejos, de la historia humana– está en la base del endeudamiento y eventual «default» de esa economía.

No fue sólo JFK. Así como el apicultor prueba en familia la miel de sus abejas antes de lanzarla al mercado, la Caseta Gris demostró en el propio Estados Unidos la nueva manera de acallar disidentes. El 4 de abril de 1968 en Memphis, Tennessee fue silenciado con un fusil «Remington 760 Gamemaster» el clérigo pro derechos de la raza negra Martin Luther King, Jr. (39). El mentado Robert Kennedy, con un revólver «Irvin Johnson Cadet 55-A» en Los Ángeles, California, el 6 de junio de 1968 luego de ganar las primarias que lo llevarían a la presidencia. Y el cantante e ícono del pacifismo John Lennon, por la espalda, de cinco tiros con balas dum-dum, que se abren al penetrar tejido humano: Fue el típico joven sin rumbo, armado de un revólver «Charter Arms .38», en Nueva York el 8 de diciembre de 1980.

Lennon no fue abiertamente acusado de traición a la patria (era ciudadano británico), pero sí de anticristiano y desmoralizador de juventudes. Había compuesto canciones como «Imagine» y «Give peace a chance» que fueron los himnos de las protestas contra la intervención militar en Vietnam.

A diferencia del derrocamiento por golpe militar (ver «Coup d'État: A Practical Handbook» de Edward Luttwak) el silenciamiento Kennediano de políticos clave debuta en Chile con el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, René Schneider Cherau, el 25 de octubre de 1970. Luego, Edmundo Pérez Zujovic, eventual presidenciable, el 8 de junio de 1971; seguido de Eduardo Frei Montalva, quien se perfilaba para volver a La Moneda, el 22 de enero de 1982. El dirigente nacional de los empleado fiscales Tucapel Jiménez Alfaro fue muerto el 25 de febrero de 1982 y el constitucionalista civil, y seguro presidenciable, Jaime Guzmán Errázuriz a sus 45 años, el 1 de abril de 1991.

Salvo el caso de Frei Montalva, quien fue ultimado por envenenamiento de delantal blanco, estos magnicidios siguen las pauta del de Dallas, a saber: jugosos dividendos para conspicuos de la elite del poder, a menudo cercanos al del líder, jóvenes marginales que sirven de chivos expiatorios y operativos con olor a agentes del Estado, como el colgamiento del pintor de brocha gorda en el caso de Jiménez y la fuga de cuatro sospechosos del crimen de Guzmán en helicóptero de la Cárcel de Alta Seguridad, el 30 de diciembre de 1996.

De qué manera, el 17 de julio de 2013, a cuatro meses de la elección presidencial silenciaron al candidato UDI Pablo Longueira Montes (55) está por verse. ¿Quién fue? Su aparición, el 17 de noviembre último, en calidad de zombi, privado del habla y rodeado de guardias, sólo ahonda el misterio.

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