Pablo Huneeus
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PUNTAZO CON LEZNA
por Pablo Huneeus

Hoy miércoles, 19 de enero de 2011 trataron de asesinarme a pleno sol. Fue minutos antes del mediodía en dependencias de la empresa Cencosud Retail SA, mientras entregaba el pedido semanal de libros para los supermercados Jumbo.

El rondín de uniforme azul al servicio de dicha empresa, que se acercó furioso a mi camioneta (Mazda B 2500, 1998) cuando me alejé de ella, es quien dio al neumático delantero el puntazo que casi me cuesta la vida.

No estaba solo. Lo comanda por radiotransmisor el capataz que ordena la recepción de mercadería en los galpones logísticos BSF de Jumbo/Easy en calle Laguna Sur 9600, junto a un canal que corre en dirección a La Farfana.

Dicho enclave, conocido como “Cross Docking”, CD, es el centro de acopio donde los proveedores de no perecibles –galletas, alcoholes, papayas en conserva, utensilios de cocina, etc.– entregan su producto presto a ser enviado a los distintos locales de la cadena, que suman ya a 28 de Calama a Puerto Montt.

Construido sobre antiguas chacras de hortalizas, parece un moderno campo de concentración: altas rejas jalonadas de torres de vigilancia, batallones de galpones simétricos, vastas superficies pavimentadas donde se estacionan en línea los camiones a esperar su turno, y ni un árbol ni nada que sea acogedor.

Luego de traspasar la primera caseta de vigilancia, donde hay que identificarse, vienen otros dos controles más antes de llegar al andén de descarga, trámite que según sea el movimiento, puede tardar entre quince minutos a hora y media. Todo, bajo un ambiente de burocratismo autocrático que, además de ocasionarle a los proveedores millonarias pérdidas de tiempo, oprime el espíritu.

Llegué a la hora asignada, que es entre 10 y 11 AM y esta vez sin tardanza, me mandaron al andén Nº 13, donde descargué los paquetes como tantas veces antes, aunque llueva: a pulso y sin problema.

Seguidamente, retiré la camioneta del andén y la estacioné hacia el poniente, entre algunos automóviles, para así entrar a completar el trámite al interior de la bodega con zapatos de seguridad, de esos con punta de fierro, y chaleco reflectante.

Aparece de no sé dónde el rondín de azul.

–No puede estacionarse aquí –me dice en tono de Rottweiler.

–Dígame dónde entonces –replico.

–Tiene que dejar el vehículo afuera y venirse caminando.

–¿Afuera? Pero si es como un kilómetro de lejos, absurdo ¿no le parece? Además que allá me lo pueden robar –le digo, recordando que se han afanado camiones enteros, además que los paquetes no deben permanecer ni un minuto solos en medio del tráfago de estibadores diversos que circulan en la bodega.

–No puede estacionarse aquí, –me repite agitando el brazo con el dedo índice extendido, como quien echa fuera a un quiltro, –son órdenes superiores.

Obediente, me dirijo hacia fuera, pero al final de la bodega, ante otra fila de autos estacionados, opté por colocarme al último, tras el muro que mira al oriente, donde no molesta a nadie.

Mas cuando, me dirigía, facturas en mano, hacia la oficina reaparece colorado de ira el rondín azul, quien me gruñe que me largue de ahí. Igual seguí caminando hacia la oficina de ingreso en el andén Nº 8. Alcancé a notar, sí, que se dirigía tras el muro, hacia la Mazda. Va a fichar la patente, pensé, capaz que me reprendan a la salida.

Para entrar a la bodega uno debe otra vez más presentar el carné de identidad. Lo vuelven a anotar a uno, además de retener ahora el documento de identidad y de chequear con un detector de metales que los zapatos efectivamente tengan punta de fierro.

Encima, al salir el proveedor debe someterse a otra revisión más en la cual uno primero ha de levantar los brazos en cruz y seguidamente los pantalones hasta la rodilla para que otro mercenario de azul, bastón electrónico en mano, husmee al sospechoso.

Pues bien, de afuera, el Rottwieler de azul ya había informado por walkie talkie del sujeto de sombrero blanco y no me querían dejar entrar.

Gracias a un empleado sensato (todavía los hay) logré pasar a hacer la entrega. Me timbraron las facturas, coloqué cada paquete en el palet del local a donde va destinado y al retirarme me acerco al arisco capataz a consultarle de las nuevas órdenes en el patio.

–Ah, era Vd. el del gorro blanco, (es sombrero, jefe), no se puede permitir que cualquiera se estacione aquí, se arma medio taco –comenta.

O sea, sabía y estaba, como de todo cuánto ocurre en el recinto, perfectamente informado. Había algo burlón en su actitud, como también noté faldeado al rondín de azul, cuando al salir me lo encontré de sopetón. Se turbó de que me despidiera cortésmente, como si nada.

Tras superar el control de salida, con el alivio de quien sale de Auschwitz, yendo una cuadra, por la calle que corre a orillas del mentado canal, la camioneta se carga hacia la izquierda. Es una vía angosta, transitada en sentido contrario por camiones grandes, muchos con acoplado.

Empujo el volante hacia la derecha y en la primera esquina, calle Puerto Santiago, viro y me detengo a la sombra de un pimiento a ver qué pasa.

El neumático delantero izquierdo (Pirelli Scorpio Radial 215/90 R 16) estaba pinchado, sin nada de aire, aplastado contra la llanta. Raro, porque es nuevo.

Un transportista al mando de un camión trailer, Marcelo Aguirre, se detuvo para ayudarme a cambiar la rueda. Al revisarla se extrañó que no hubiese clavo alguno.

–Es que a veces son tan chicos que a simple vista no se ven –dijo, –llévelo a una vulcanización, ahí, sumido en agua, ven por donde escapa el aire.

En la vulcanización más cercana, una medio artesanal que hay por la caletera de la autopista Vespucio, pasado el cementerio “El Sendero”, al sumergirlo inflado al agua se vio aire salir a raudales no por la planta de rodadura del neumático, que es donde quedan las clavijas del camino, sino por la banda lateral.

El vulcanizador de turno lo levanta como quien toma un maletín, lo desmonta de su llanta de acero, lo examina con ojo experto y emite sin vacilar el diagnóstico:

– Le dieron un puntazo con lezna, –dice mirándome con lástima.

– Y fue reciencito –prosigue, -mire estas hebras que hay por dentro, donde la lezna entró y salió altiro.

La lezna es un barreno con mango, o puñal corto, generalmente hechizo y fácil de disimular.

O sea, hubo una mano activa, y no al voleo, sino dirigida con alevosía y respaldo superior hacia una perversidad comparable a la de cortar los frenos.

De ahí me fui derecho a la 26º Comisaría Pudahuel de Carabineros, donde siendo las 14: 30 hice la denuncia que corresponde a un hecho de esta naturaleza, la que pasa a la Fiscalía local del Ministerio Público a fin de ser investigada.*

De vuelta a casa, en la Serviteca Cruz de Vitacura, distribuidora oficial de Goodyear, el diagnóstico del gerente, ingeniero Carlos Moscoso, fue similar, una estocada con lezna. Agregó sí el detalle que entró tangencialmente, como de lado.

– No, esa perforación no se hizo sola ni por accidente.

Es la parte blanda, más bien delgada del neumático por lo que es el blanco predilecto del criminal. No sabemos cuántos vehículos terminan volcándose o estrellándose de frente a causa de este frecuente y silencioso atentado al vehículo detenido.

No hay parche frío ni en caliente que lo vuelva seguro.

Ahora que es de noche, a la luz de la luna veo que el valor del neumático ($ 90.500.- ) es lo de menos. El problema es haber sido objeto de un intento de causarme la muerte. ¿Cómo asumir eso? ¿Por qué a mí? ¿Cuántos más han pasado y habrán de pasar por lo mismo?

Moraleja: hasta la luna llena en cielo claro, tiene su lado oscuro.
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REPLICA
Leí escandalizada su crónica sobre las vicisitudes que pasan los proveedores de no perecibles (seguramente los de perecibles la pasan peor, sufriendo por la demora que puede alterar sus productos) en el Jumbo (supongo que deben ser similares a las que pasan los del Líder y demás cadenas monopólicas).

Usted fue víctima de un psicópata, de esos que entran al sistema y ahí se camuflan, desempeñando cargos donde puedan dar rienda suelta y con permiso legal a sus instintos agresivos y a sus métodos abusivos.

Me parece bien que denuncie y exponga a la luz pública las políticas irrespetuosas con los proveedores y que sea vocero de todos aquellos que guardan silencio por temor a perder sus contratos.

Gloria Toro
Sábado, 22 de enero de 2011

* La audiencia estaba fijada para el jueves 3 de febrero a las 10:00. Me recibió un funcionario, pero debido a las vacaciones el fiscal a cargo, sólo podría ver el caso en marzo.

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