Pablo Huneeus
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LA MUJER GOMERO
por Pablo Huneeus

Hay mujeres comparables a los gomeros, porque tal como esas plantas, no piensan, son de interior, cuestan plata y sólo sirven de adorno. Son lindas, sí.

De raza blanca, tez pálida y figura esquelética, se esmeran en teñirse el pelo amarillo y en pintarse la cara de colores, además de inflarse los labios con colágenos y las pechugas con gelatina. Clientas asiduas de los cirujanos plásticos, las hay que incluso llegan a extirparse costillas a fin de estrechar la cintura, todo para verse guapas.

Pero no es una linda cara lo que define a la mujer gomero, es su mente. Quiere trepar a las altas esferas del dinero abundante –mansión con piscina, cartera "Hermès", restoranes de lujo, viajes en clase ejecutiva– pero valiéndose, no del laburo que desprecia, sino del físico que exhibe.

Desprovista de toda habilidad que se alcance con esfuerzo y dedicación, como sería hacer música o practicar la medicina, orienta su vida al cultivo del cuerpo, esperando así alcanzar un sitial entre los adornos de palacio: reina de belleza (¡wow, qué piernas!), gatita del café, modelo de revista, luminaria de la tele, ¡miss Universo!

Si es todo cuero ¿tiene alma? Sí, grande y dedicada al dios Ego, pues ella está para ser servida, no para servir. Demanda la atención del prójimo, no oportu¬nidades de ayudarlo. Quiere ser vista, no ver.

No falta el hombre rico que busque de esposa un trofeo, una pinturita que lucir ante la prensa. La de siempre, compañera del tierral y madre de sus hijos, le parece opaca comparada con la beldad, veinte años menor, que le hace ojitos en el cóctel de inauguración.

Un relampagazo bien administrado y tenemos matrimonio de carpa y orquesta, no tanto con el viejo ladino, como con su fortuna.

De ahí en adelante, mucho desvelo para el gomero. Mantenerse en forma, las clases de yoga, el curso de ikebana, sudarla en el gimnasio, elegir las nuevas cortinas, traquetear las tiendas de moda en busca del vestido de seda, organizar el banquete para los grin¬gos que vienen a cenar, todo es trabajo.

Además de que debe abrochar su reinado con al menos una guagua, está la constante preocupación del cóctel de inauguración, donde bien aparecer otra beldad más joven y despampanante aún.

Aunque Fyodor Dostoievski sentenció que "la belleza salvará al mundo", nada dijo de cómo se hace para que un gomero no lo cambien por una petunia.

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