Pablo Huneeus
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Capítulo VI
DE VÍCTIMA A IMPUTADO
por Pablo Huneeus

«Cuando Gregor Samsa despertó una mañana tras haber tenido un sueño angustioso, se encontró con que estaba sobre su cama convertido en un horrible insecto. »
Franz Kafka: Die Verwandlung (La Metamorfosis), 1916.
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Tras haber tenido un sueño angustioso, el viernes siete de septiembre despierto a las 10:00 de la mañana “en las oficinas de la Fiscalía Local de LAS CONDES ubicadas en la AVENIDA LOS MILITARES NRO. 5550”, donde he venido, “con el objeto de que preste declaración como imputado en la investigación Rol Único de Causa 0700621541–0, por el delito de CALUMNIA (ACCIÓN PRIVADA)”.

El sueño era sobre lo de siempre cuando uno llega a ser abuelo: caídas. «Tu lascerai ogne cosa diletta» dice “La Divina Comedia”, dejarás todo lo que más quieres. «Lo scendere e 'l salir per l'altrui scale» prosigue Dante Alighieri (1265-1312), subiendo y bajando por escaleras de otros, como la que tengo al frente mientras espero sentado mi turno.

La AVENIDA LOS MILITARES (así en alta, como resalta la citación) baja por el costado sur de la Escuela Militar del Libertador Bernardo O'Higgins, donde adiestran oficiales del Ejército de Chile, hasta la avenida Américo Vespucio, y el NRO 5550 corresponde a un edificio bajo, de color plomo, rodeado de una reja de hierro de sus buenos 2.40 metros de alto, que está justo en la esquina con avenida Alonso de Córdova, la de las torres de alta tensión.

Contrasta este inmueble plomizo, de cinco pisos y ventanas enrejadas, con los airosos edificios de veinte y más pisos, algunos cubiertos de mármol traslúcido y cristales azulados, que dan al barrio su ambiente de opulencia empresarial.

Un par de perros guardianes vigila la puerta. Vengo por una citación, les digo. Típica revisión para asegurarse de que este viejo no ande con metralleta. Adelante, dicen apuntando hacia unas señoritas frente a un mesón.

La que me atiende, muy amable y sonriente a esa hora del día, informa por citófono a alguien en las alturas la presencia del imputado, y luego me pide que tome asiento, “ya lo van a llamar”.

A la izquierda, una escalera, a la derecha, un hall repleto de personas sentadas en fila, cada una esperando que “ya la van a llamar”, todas exudando preocupación.

Nadie viene por gusto aquí, ni para que le hagan una curación ni a estudiar. Tampoco, para ser visto o encontrarse con amigos. Las miradas se mantienen fijas, las bocas cerradas y la respiración, al mínimo.

Dócilmente tomo asiento en una butaca de la última banqueta. Al levantar la vista veo que justo al frente, está la escalera. No cualquiera puede subir, y menos bajar: la vigila otro perro guardián.

Fue ahí que desperté. Cual Dante perdido en la espesura del bosque, no logro encontrar lo que él llama la «diritta via», el camino correcto en este asunto de tener un hijo cautivo a manos de gente rara. Quieren dinero, ojala todos mis bienes y medios de vida, pero sin liberar al niño ni permitirme guiar su educación.

Es viernes, y también fue un día viernes –el Viernes Santo de 1300– que Dante inicia su viaje a los nueve círculos del «Inferno». Lo distinto, claro está, es que él visita los tormentos de la imaginación en compañía del poeta romano Virgilio (70-19 a. C).

A mí, ningún romano ni pariente me apoya, pues en nuestro medio no se habla de estos percances, como si ocasionarle la vida a alguien fuera delito. Por matar nueve colegialas, al chofer le cursan una infracción de tránsito, en cambio por engendrar un niño, al macho le dan cadena perpetua en confinamiento solitario.

También, al ser muchos y muy ladradores los galgos que persiguen una liebre, nadie sale a defenderla de la jauría. Ídem, la “justicia popular”: mientras mayor la turbamulta que propugna el linchamiento, menos probable que la razón salve al mártir. A la plebe, le encanta ver hombres en la cruz.

Encima, lo que más quiero, «la cosa diletta» de que habla el primero de los italianos, es mi trabajo, y el burocratismo nuestro de cada día tiene su costo en horas perdidas y desgaste psicológico. Tengo cosas más productivas qué hacer, como seguramente también las tienen los miles de integrantes de la fuerza de trabajo que a diario, por obra y gracia de los señores fiscales del Ministerio Público, caen en la moledora de carne.

Este no es el dantesco bosque por dónde deambulan los pecadores perdidos, es en un moderno insectario, como el del colegio: la caja con tapa de vidrio donde el cura de biología sitúa las mariposas y escorpiones que sustrae a la naturaleza.

Todos estamos ordenadamente mirando hacia delante, todos atravesados por un alfiler que nos mantiene adheridos al suelo para que nos escruten de arriba abajo, y todos, desde la “madre de la culebra hembra” (Acanthinodera cummingi) hasta el alacrán negro (Arácnida dromopoda) perfectamente numerados y con indicación del lugar y fecha en que fueron apresados.

¿Dónde termina esto? Meses atrás había dado las explicaciones pertinentes a los efectivos de la Policía de Investigaciones que fueron a interrogarme. Ahora, esta citación bajo amenaza de “que sea conducido por medio de la fuerza pública, sin perjuicio de las sanciones y multas correspondientes”.

Si esto lo estaba llevando la PDI, ¿para qué esta gigantesca burocracia inquisidora creada por la Concertación? Gastar y gastar, que el mundo se va a acabar, parece ser el slogan de gobierno. El presupuesto operacional del Ministerio Público para 2010 asciende a 102 543 millones de pesos, lo necesario para construir cien mil viviendas de material sólido. Este mismo edificio, sería tanto más provechoso como biblioteca pública, liceo de calidad o policlínico.

A fin de minimizar las folclóricas discrepancias entre lo que uno dice y lo que el funcionario anota (profesor “huniversitario”, “hubieron” en lugar de hubo, etc.), traigo escrita mi declaración ad hoc (ver final del Capítulo V: “La Confesión”).

Al rato, por altoparlantes propalan mi nombre, para que todos sepan que los ricos también lloran. Al tercer piso.

No, el fiscal, el mismo que me citó con tanta vehemencia, está ocupado, no lo puede recibir. ¿Se han engreído tanto los fiscales que ya ni la mínima educación los obliga? Yo, su asistente, un mero novicio, le voy a tomar declaración, tome asiento. Lea esto, firme aquí.

Entregada mi carta declaración, la que lleva a Cicerón de epígrafe, salí corriendo del plomizo edificio, enteramente despabilado, como quien despierta con humo en la pieza. Algo huele mal aquí.

Me están horquillando por informar a la autoridad que me robaron un hijo. Típico, ante el crimen organizado, mejor callar, y volver a callar si la pandilla cuenta con abogados, porque entre colegas, del bando que sean, se entienden.

¿No te ha pasado, amigo lector, que vienes a entender una máquina, sólo cuando la usas? Una cafetera muy linda que compré en Sodimac, perfecta en todo aspecto, aunque nada de barata, al echarla a andar dejaba el cortado espumante, sí, pero con gusto a caucho. Aunque flamante y lustrosa, tenía entrañas tóxicas.

El Ministerio Público, –blasón de la reforma– se manda solo. No se responde a la voluntad ciudadana, ni la gente lo pidió. A igual que el Transantiago, es una suerte de monopolio con respaldo estatal, ¿por qué nadie más ha de investigar el crimen? A diferencia del resto de la administración pública, no rinde cuentas a la Contraloría General de la República. Carece de mecanismos de evaluación por terceros, (auditoría externa o «third party evaluation») ni cuentan sus procedimientos con las instancias de apelación inherentes a un Estado de derecho.

A igual que otras organizaciones de represión mental, como la inquisición española del siglo XVI, que criminalizó no asistir a misa, y la fiscalía religiosa de Arabia Saudita hoy, que prohíbe en Riyadh celebrar misa, el Ministerio Público responde sólo a Dios.

Puede destruir la vida de quien quiera, fabricar pruebas o desfigurar evidencias, presionar al imputado para que se auto incrimine, perseguir a una clase social por el sólo hecho de existir (la mayor cantidad de condenas la obtiene de jóvenes marginales sin educación), encubrir delitos de alta alcurnia que dan plata, entrabar el trabajo de la policía, amedrentar a los jueces, transgredir su propia ley orgánica, apadrinar la arrogancia de sus fiscales y, lo peor, transformar a su personal en jauría.

Entonces, lo escribo en una carta. Esa misma tarde, con el cuento de siempre, para entregarla, esta vez en persona. El lunes 10–IX–07 la ofrendo a su tabernáculo supremo, un sombrío bloque de oficinas emplazado sobre la antigua Cárcel Pública de Santiago.

“Profesor
Guillermo Piedrabuena Richard
Fiscal Nacional del Ministerio Público
General Mackenna 1369, Santiago.

Estimado Fiscal Nacional,
Le aviso de la liviandad, sesgo localista y burocratismo con que el Fiscal Jefe de Osorno, don Alejandro Ríos Carrasco, ha gestionado la denuncia de que habrían sustraído a mi hijo Camilo. (RUC 0700101405 -0)

En efecto, el 31 de enero, como quien se confiesa con el inquisidor, le expongo por carta mis aprehensiones, las que tras sucesivos intentos de hablar con él, son seguidas de otra de febrero 22 con nuevas sospechas. Como podrá apreciar (van adjuntas) se plantean, con todo respeto, ciertas hipótesis que ameritan estudio. Al fin accede a darme audiencia el 30 de marzo, ocasión para la cual viajo especialmente a Osorno.

No estaba. Tras larga espera me recibe el fiscal adjunto don Alex Meeder Thiers, que es de la directiva del Centro de Padres de la Deutsche Schule, donde estudia Camilo. Con toda parsimonia me explica el espíritu más bien conciliador que castigador de la Reforma Penal. Acordamos que habiendo vuelto el niño del viaje a Alemania sin mi permiso e iniciando el crucial año de la PSU, mejor olvidarse del cuento, el que quedará, me asegura, en “archivo provisional”, sin darle movimiento ni difusión.

A la salida, me encuentro con el Fiscal Jefe. Viene entrando con archivadores en una mano y una escopeta negra calibre 16 en la otra.

—Esta arma mató a un hombre, —me dice.

Rudo sarcasmo, considerando la petición que le había hecho sobre armas en el entorno del menor y ante la cual no hace nada.

Al día siguiente (hábil), 2 de abril, se junta con su coterráneo, el abogado cuya amistad con mi hijo causa extrañeza. Le pasa mi denuncia y acuerda con él sobreseerla para así facilitarle a su colega una suculenta querella por calumnia en mi contra.

O sea, el Ministerio Público reniega lo convenido el día antes, da publicidad a escritos de carácter reservado (y de mi propiedad intelectual), cierra la causa sin avisarme ni darme oportunidad de reclamar, y de ser víctima me deja de imputado para que me descueren cual jabalí entrampado.

Todo, por ejercer mi deber de «Pater familias».

A la luz del caso Lavandero, donde se debió enviar de acá un fiscal capaz de vencer los acomodos locales, ruego a Vd. designar alguien idóneo para investigar el asunto, dar curso al debido proceso y aplicar las rectificaciones procesales, o sanciones, que corresponda.

Le saluda atentamente.”
(Firmado) PHC

La respuesta llegó al mes siguiente en la forma de una carta del Fiscal Regional de la Fiscalía Regional de Los Lagos (con jurisdicción sobre la de Osorno), abogado Alberto Ayala Gutiérrez.

Fechada en Puerto Montt, 9 de octubre de 2007, cuenta que según informe evacuado por el fiscal adjunto, Sr. Alejandro Ríos Carrasco, el menor salió y volvió del país en las fechas previstas y con las debidas autorizaciones.

Concluye afirmando que “al no ser constitutivo de delito el hecho investigado, en audiencia de fecha 25 de abril se decretó sobreseimiento definitivo de la causa, en virtud de los dispuesto de lo dispuesto en el artículo 250 letra a) del Código Procesal Penal.”

El mentado artículo establece que “el juez de garantía decretará sobreseimiento definitivo: a) Cuando el hecho investigado no fuere constitutivo de delito;”

Raro ¿no? Si no hay delito y la bendita carta quedó fondeada en “archivo provisional” ¿a qué viene el sobreseimiento? ¿Acaso investigaron los demás temas planteados, el colegio, los abusos sicológicos al niño, el grupito que lo tiene de mascota?

Y si hay sobreseimiento, vale decir se le pone término al procedimiento con rango de cosa juzgada (CPP, Art. 251.) ¿cómo es que el propio ente encargado de indagar el crimen patrocina una querella sobre el mismísimo que rehusó investigar?

¿A título de qué el Ministerio Público se involucra en una rencilla netamente de carácter privado?

Si del caudal de anomalías que denuncié, lo único que averiguaron fue que el niño volvió en la fecha prevista, (¡tremenda investigación!), ¿cómo hacen para echarle tierra al verdadero asunto? ¿Por qué?

Dice el poeta americano Ogden Nash (1902-71):

God in his wisdom made the fly
And then forgot to tell us why.

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