Pablo Huneeus
Seguir a @HuneeusPablo
LA CRISIS FINANCIERA, UNA MIRADA ANTROPOLÓGICA
por Pablo Huneeus

A un año del colapso del banco de inversiones Lehman Brothers de Nueva York, que precipitó por todo el globo terráqueo la evaporación de puestos de trabajo, fondos de pensión, cuentas de ahorro y reservas nacionales, cabe preguntarse ¿quién fue?, ¿cómo andaba vestido?, ¿hacia dónde arrancó?

El sistema, siempre comprensivo con la víctima, ofrece de chivo expiatorio a un aborigen de la isla de Manhattan apodado Robert “Bernie” Madoff. De 71 años, tez clara y nariz aguileña, narran las crónicas que empezó por estafar a sus más afines –parientes, amigos, cofrades de la sinagoga- para luego proseguir hacia el americano medio y de ahí al vasto universo de los que confían su dinero a otros.

A fin de que los salvajes del tercer mundo nos desahoguemos infligiéndole la pena de lapidación a peñascazos, han mostrado en fotos a color los yates, mansiones y aviones, que acumuló con dinero ajeno, todo de máximo lujo. Y para alivio del mortal, anuncian con redoble de tambores que deberá permanecer 150 años preso y restituir a sus depositantes 170 mil millones de dólares, condiciones ambas imposible que las cumpla.

Pero todas las explicaciones de la crisis y augurios de que no se va a repetir, pasan por encima el factor humano. No sabemos nada de los dueños del mundo. Por eso, en el entendido de que Madoff, en vez de ser un caso aislado, es un arquetipo de la camarilla de ejecutivos financieros a la cual pertenece, nos permitimos aquí adelantar algunas primeras observaciones de dicho estamento:

1.- Son todos de raza blanca. De las otras categorías étnicas que usa el propio censo de los Estados Unidos para clasificar a su población (Negro o afroamericano, Nativo americano, Latino o hispano, Asiático, Hawaiano, etc.), ni de muestra hay algún espécimen en los comandos del sistema financiero.

2.- De habla inglesa. Los “sub prime mortgage” el “credit crunch” y toda la operativa de la economía globalizada en que se nutre el desfalco, ocurre en la lengua de Shakespeare. Siendo el chino mandarín el idioma que más se habla en el mundo (1.200 millones) y el castellano (340 millones), junto al árabe, el de mayor expansión demográfica, no son nada en la crisis global comparado con el inglés, que es la lengua materna de apenas el 9% de la población mundial.

Dentro de ese idioma, a igual que el hampa, tienen sus propio coa financiero, un léxico secreto que sólo ellos, y nadie más, entiende.

3.- Masculinos. La autoría intelectual, el modelo completo, es de género masculino, sin que la mano femenina intervenga más que de carnada para atraer inversionistas y articularle hipotecas al hombre de trabajo.

4.- Altamente educados. Son producto de las más caras universidades -Harvard, Yale, Chicago- en cuyas facultades de economía se imparten, al parecer sin freno ético alguno, las habilidades matemáticas y verbales requeridas para embaucar en grande.

5.- Religiosidad. Aunque en la práctica tienen al becerro de oro como verdadero Dios, son en su mayoría fieles de religiones judeocristianas (hebreos, católicos, protestantes) a las que contribuyen con cuantiosas donaciones. El budismo hindú, el shintoismo oriental, el Islam o los cultos ancestrales de América o África no figuran como base moral del capitalismo financiero.

6.- Localización. El epicentro del sunami que termina ahogando en pobreza a gran parte de la humanidad, está a orillas del río Hudson, sobre una isla baja donde hay una calle llamada Wall Street. Allá, a cambio de papeles con promesas numéricas (acciones, pagarés, fondos mutuos, etc.) fue a parar la plata de la gente.

Paradójicamente, a esa misma gente, entre la cual destaca el pueblo chino con su casi trillón de dólares invertido en papeles estadounidenses, le está vedado ir a ver dónde está su dinero. Menos, al típico ciudadano chileno que sin saber cómo ni cuando ha visto los ahorros de su país esfumarse en dicha calle. ¿Qué sentido tiene invertir en un país que deja entrar plata, pero no a quien la produce?

7.- Sobrealimentados. Los ejecutivos de la banca, no sólo acaparan gran parte del dinero de que dispone la sociedad, se sitúan en la cúspide la cadena alimentaria (caviar, civet de liebre, salmón ahumado). Almuerzan restoranes exclusivos de a quince dólares hacia arriba el plato, más entrada, vino caro y postre exótico. Tras la puesta del sol, en cócteles servidos por niñas en flor, empiezan de pie las primeras libaciones de champaña y whisky, para ya avanzada la noche terminar la jornada apoltronados en algún sofá.

¡Bienaventurado el chofer de la limusina que se mantiene lúcido hasta dejar a su amo en cama! De otro modo, la clase ejecutiva entera amanecería chocada contra los postes de la luz o arrestada por conducir bajo los efectos del alcohol.

No sabemos si duermen bien, tienen pesadillas o son felices. ¿Verán fantasmas como Macbeth, dagas colgando en el aire, cabezas de sus víctimas en el dormitorio?

Como sea, la oligarquía financiera debe ser vista como una moderna tribu, por no llamarle mafia. Es coherente, cerrada y altamente estructurada. Tiene sus propios ritos, valores sociales, normas de apareamiento y leyes secretas. Así como la efectividad de la casta militar reside en su capacidad de infligir muerte y destrucción, la de la clase ejecutiva yace en su destreza para succionar dinero, venga de dónde venga.

Moraleja: Cuídate de esa gente, no les creas nada. Una banda de economistas MBA es más peligrosa que los jíbaros de Ecuador y los caníbales de Papua Guinea juntos. Embelezados por su tamborileo, en una pura incursión de pillaje nos pelan a todos.

Copyright Pablo Huneeus