Pablo Huneeus
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LA PATA Y SUS POLLOS
por Pablo Huneeus

Al almuerzo dominical de hoy vino mi hija Andrea acompañada de su amiga pascuense Merina Manutomatoma Pakarati, quien a su vez trajo a su sobrina Tarita Alarcón Rapu, estudiante de antropología en la Universidad de Chile.

“La isla”, como le dicen sus fans a Rapa Nui, tiene la peculiaridad de sustentar una cultura propia. Aparte de sus playas y moais, ostenta un melódico idioma cuyos habitantes hablan con orgullo, e infinidad de bailes, tradiciones y leyendas que asombran al mundo. Todo, mantenido a vivo corazón por sus apenas tres mil habitantes.

Merina, entonces, es una cronista natural, que deleita a los amigos con historias de su gente. Entre ellas, la de una pata llamada “Pepita”, que años atrás llegó sin marido a su casa en Hanga Roa.

Llevaba la pata una rutinaria vida de plumífero acuático –quak, quak– hasta el día en que descubrió en un rincón del patio una gallina echada. De inmediato Pepita la aventó lejos y se instaló sobre los huevos a empollarlos.

Al cabo de dos semanas, los pollos rompieron el cascarón, y al sentirse calentitos y bien defendidos bajo la pata, se improntaron con la idea de que ésa era su madre y empezaron a seguirla donde fuera. Incluso a la playa.

Un día, andaban los niños mariscando con el abuelo, cuando ven llegar a Pepita con sus pollos. Ella, como bien corresponde a sus genes, se lanza al mar, donde no hay perro ni gato capaz de seguir a pato alguno, por chico que sea. Alarmados los polluelos pían al borde de las rocas, pues su plumaje carece del aceite repelente de agua que le permite a un patito legítimo mantenerse a flote.

Sin embargo, Pepita quak, quak, feliz sobre las olas, los va tomando uno a uno del cuello para dejarlos, no a salvo, sino en medio del agua a fin de que aprendan a nadar.

–Los sacamos altiro a los pobres pollos –cuenta Merina –que si no, se ahogan todos.

Moraleja: Lo que natura non da, Salamanca non presta.

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