Pablo Huneeus
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IDEAS QUE PENSAR
por Pablo Huneeus

Junto a Verónica y bajo la atenta supervisión del Secretario y la Elegida, gatos de la nueva camada que se turnan para ver qué escribe uno, me he dedicado estos helados días a preparar la novena edición del libro “Filosofía Clásica”. Entra en prensa la próxima semana.

La portada, con una foto de la estatua de Poseidón que yo mismo tomara 42 años atrás en el Museo Nacional de Atenas, se mantiene igual. Memorable retrato, con una Nikon M-3, porque en ese tiempo hacía poco que habían rescatado dicha estatua del fondo del mar. Estaba medio arrumbada en un galpón que se nota atrás, aunque no aparece en la portada.

Me impactó esa escultura de bronce, tan fuerte y proporcionada, que en medio de tanta riqueza arqueológica nadie parecía atribuirle mayor importancia. Hoy, claro está, es el emblema mundial del Comité Olímpico y hasta réplicas a tamaño natural hay por todos lados. “El arte de amar, cómo ser feliz, la amistad, el dolor y la muerte, en los grandes pensadores de la humanidad”, dice la tapa.

El mayor cambio es el capítulo III, sobre la felicidad en Aristóteles que fue ampliado y reescrito entero.

En lugar del capítulo XI sobre la flojera, él último pecado capital, que estaba medio flojo hice uno totalmente nuevo llamado “El silencio de Apolo”, centrado en la pieza teatral “Ion”, de Eurípides (Siglo V a. C.), que es un dramote sobre madre e hijo envueltos en la desinformación. Tema: libertad de expresión.

A propósito de las Olimpíadas: no hay registro de que en el período clásico de los juegos al pie del monte Olimpo, siglos antes de nuestra era, se usase antorcha ni llamarada alguna para su inauguración. Lo que había eran heraldos que partían de Olimpia con ramas de olivo a las distintas ciudades estados de la “Hellas” (Tebas, Atenas, Siracusa, etc.) para que la cortaran de guerrear un rato, al menos durante las fiestas.

La idea de la antorcha olímpica que parte del Peloponeso en manos de atletas esbeltos hasta llegar al estadio donde han de celebrarse los juegos viene de quien fuera ministro de propaganda de la Alemania nazi desde 1933 a 1945, Dr. Joseph Goebbels. Este verdadero genio del arte de usar los medios de difusión pública para reglar a las masas, junto a los “progroms” anti semitas, las quema de libros en las plazas y la Kristallnacht de 1938 en que incendiaron coordinadamente 2.000 sinagogas a lo largo y ancho del país, discurrió esto de la llama móvil para los juegos de Berlín, 1936.

Combina magistralmente la adoración nazi al fuego como símbolo de poder y al cuerpo juvenil, de raza aria por supuesto, como ideal estético. La idea prendió cual fogata en pajar a medida que los corredores iban cruzando valles, ciudades y montañas en dirección a lo que por mil años iba ser la capital del Tercer Reich. Fue esa la olimpíada en que el führer, ¡Heil Hitler! se retiró airado de la tribuna imperial al ver que un negro – Jesse Owens (1913-80)- le ganó los 100 metros planos a su favorito rubio de ojos azules, junto a otras tres medallas de oro más.

Curioso, Owens dijo que luego de una competencia que ganó al otro día “el hombre del momento en Alemania” sí le devolvió el saludo desde la tribuna, que fueron los periodistas que armaron el cahuín. En cambio, se quejaba que nunca recibió saludo ni reconocimiento alguno del presidente Roosevelt o de Truman, ni fue invitado a la Casa Blanca.

En Alemania se alojaba, recuerda, en hoteles para blancos y caminaba feliz por la calle, pero en Nueva York, para subir al balcón del Waldorf Astoria a fin de presidir un homenaje callejero que le daba la ciudad, debió tomar el montacarga, pues en Estados Unidos la segregación racial llegaba hasta los ascensores: no eran para la gente de color (colored people), así como hasta hoy día a diario le enrostran a Obama su color de piel.

Volviendo al libro, la otra novedad es que en las páginas pares que quedan al final de algunos capítulos viene una serie de “Ideas que pensar”. Aquí van las de página 24:

– Porque el pensar y el ser son una y la misma cosa.
Parménides

– El Amor Eterno y el Odio Eterno están ahí; jamás el Tiempo los terminará, jamás vaciarán el mundo...
Empédocles.

– Si no pienso en mi ¿quien? Si no es ahora ¿cuándo?
El Talmud de Babilonia

– Ningún placer por sí mismo es un mal. Pero las cosas que producen ciertos placeres acarrean muchas más perturbaciones que placeres.
Epicuro

– Los ricos poseen aquellos bienes por los cuales cometen crímenes los delincuentes.
Aristóteles

– Bueno es todo cuanto ayuda a la naturaleza.
Cicerón

– La salud es la consumación de una relación de amor entre todos los órganos del cuerpo.
Platón

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