Pablo Huneeus
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CUANDO CHAITÉN ERA NUESTRO PUEBLO…
por Bernardita Hurtado Low

(Para Roberto y Mariana)

Manchita es mi hermana, ella es la mayor y me enseñó a correr sobre los tejados de alerce sin resbalarme bajo la lluvia. Juntos recorríamos la costanera para visitar la pescadería “Las Rocas”, donde la dueña siempre descuidaba alguna merluza, de esas que los pescadores traían desde Caleta Gonzalo.

También visitábamos el muelle cuando llegaban las lanchas desde Buil, en esas mañanas de verde y sol. En las tardes, jugábamos entre los coigües y arrayanes, esperando que los niños volvieran de la escuela.

La Manchi- así le decía yo a mi hermanita – es muy precavida, ella siempre estaba advirtiéndome que no fuera más allá del río Blanco, donde me gustaba saltar entre las piedras, esas tan blancas que parecían panes escondidos entre el agua.

- ¡Cuidado hermanito!- gritaba siempre la Manchi- mira que allá viene el perro de la esquina- pero yo me alejaba porque me gustaba aventurarme por esas calles tan anchas y al atardecer subía al techo de la casa, para quedarme allí muy quieto esperando que salieran las estrellas, tal vez por eso mi nombre es Cósmico, extraño nombre para un gato.

Ella, mi hermana, prefería las mañanas de lluvia y se quedaba viendo desde la ventana, el apacible volcán Corcovado y los aviones que a esa hora llegaban a Chaitén.

Una mañana, todos en la casa se levantaron muy temprano, porque la tierra se movía y se escuchaban ruidos extraños, yo creía que eran los rugidos de un monstruo subterráneo, porque en la noche antes de bajar de mi azotea, alcancé a divisar como relumbraban sus ojos más allá del muelle.

No sé que ocurrió, a veces creo que ha sido un dragón de esos que los niños miraban en sus libros, o tal vez era una guerra, porque todos huyeron en los barcos cuando el pueblo se puso oscuro y parecía que mi bosquecito de arrayanes estaba triste, muy triste por esa lluvia de ceniza que parecía ahogarlo.

No sé donde estará mi Manchi, sólo recuerdo que ese día me subieron a un camión que iba a la cordillera.

Tengo una nueva casa, un patio de manzanos y un amigo labrador grandote y amistoso, que da coletazos para invitarme a correr tras las liebres. A veces, en la noche, me pierdo en el cerro y subo al ciprés más alto, allí espero que caiga alguna estrella para pedir que un día la lluvia, nos reúna a jugar con mi hermanita.

Mayo 2008, en Palena, cuando el viento hace remolinos en la hojarasca.

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