Pablo Huneeus
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¿Y SI SE CHINGA?
por Pablo Huneeus

Estimada Presidenta,
Si Vd. postuló a la Presidencia de la República es porque considera ser la mejor persona del país para ocupar el cargo, idea que yo comparto plenamente junto al 53.5% del electorado que votó por Vd. y la sigue con fe. Doctora formada en la mejor universidad del país, pediatra y especialista en salud pública, postgrados en el extranjero, dominio del alemán, del inglés y el francés, no adicta a robarle al fisco, posicionada, al menos durante la campaña, junto a los de abajo ¿qué más pedir?

Hasta caídas suyas, como ser mujer, cualquiera las perdona a la luz de sus inmensos méritos. Investida, además, del poder para hacerle un párele a cualquier pelafustán que ande puro leseando, cabe peguntarse porqué el 29 de febrero pasado en Curepto no confió Vd. en sí misma y los mandó a todos a la cresta por chantas, como seguramente en su fuero interno ha de haber pensado. ¿Se amilanó Vd. por ser Curepto el pueblo natal de la popular Gladys Marín? ¡Qué falta hace una pasionaria así!, ¿verdad?

¿Cómo, siendo Vd. médico cirujano, no se dio cuenta al recorrer el susodicho hospital durante la inauguración que era todo trucho? El edificio inconcluso, las camas prestadas, el enfermo imaginario (era un funcionario que se prestó para el circo) y el quirófano sin focos. Hasta la placa, supuestamente de bronce, era de papel, hecha a la diabla en una impresora láser el día antes. ¿Me va a decir que no se dio cuenta de nada? ¿Fue un montaje para engañar a la ciudadanía que le confió el mando supremo? ¿Será que la corte de capa y espada la tiene a Vd. de marioneta? ¿O es que a la Dra. Presidenta le falló el ojo clínico?

Fíjese que un antecesor suyo en la primera magistratura de la nación, el presidente José Joaquín Pérez Mascayano (1801-1889), dio cátedra en lo que a ojo se refiere. Estadista muy preparado era, estudió en el Instituto Nacional y la Universidad de San Felipe, de donde nace la “Casa de Bello”, de temperamento jocoso y en la mesa super goloso. En su primer período le tocó la guerra con España que padeció Chile en solidaridad con Perú. Fue reeligido para un segundo quinquenio, más tranquilo y fructífero, donde se democratizó la constitución señorial de 1833 y se dio gran auge a la educación y los ferrocarriles.

Pues bien, un día le toca inaugurar, no un mero hospital, sino un submarino de ataque que acababa de construir en la playa de las Torpederas el revolucionario alemán Gottfried Cornelius, quien tras fugarse de Hamburgo, al llegar a Corral adoptó el nombre de Karl Flach.

El artefacto, con forma de cigarro, fue encargado por el gobierno para defender al país de las incursiones de la “madre patria”, una de las cuales nos costó el bombardeo y consecuente incendio de Valparaíso desatado por la armada hispana el sábado de gloria de 1866. Fue justo cuando mi bisabuelo el Dr. Nataniel Cox, fundador de la mismísima facultad donde Vd. estudió, estaba dando clases de cirugía infantil y debieron todos arrancar de las llamas con los pacientes al hombro, como en Bagdad con los bombardeos americanos.

En mayo de ese año Flach realiza las primeras pruebas de sumergimiento, las que dado el carácter fatalista del chileno son todo un éxito: la cuestión efectivamente se hunde. ¡Viva Chile! gritaba la muchedumbre apostada en la orilla, feliz de contar con algo que se submarinea y en el proceso puede arrastrar a cualquiera hacia al fondo del hoyo, donde tantos quisieran ver a quien sea que sobresalga.

Invitan al presidente a realzar con su presencia el famoso submarino, un cachivache de fierro remachado que andaba a pedales. Aunque la obesidad de Su Excelencia le habría aportado flotabilidad a semejante artilugio, prefiere él no llevarle el amén a la comitiva. En lugar de aceptar la invitación, expele las cuatro palabras que debían estar inscritas en el frontis de La Moneda: ¿Y si se chinga?

Herr Gottfried Cornelius, alias Karl Flach, su hijo Enrique de quince años, otros cinco alemanes y sepa Dios cuántos tripulantes más, a igual que Yasna Provoste, se hundieron para siempre en sus propias maquinaciones. Se cree porque, a fin de alcanzar mayor profundidad, Flach inclinó tanto la proa hacia abajo que el artefacto entró en una picada de la cual no pudo salir.

¿Qué salvó a don José Joaquín? Su capacidad de hacerse caso y seguir su propia corazonada. Bien sabía el hombre que en Chile, tras cada amable y seguro servidor, hay un traidor presto a hacer la zancadilla fatal.

El Transantiago, la tozudez de su altanero secretario de Hacienda (Nicolás Eyzaguirre) de no quitarle el IVA al pan (y al libro, please), el mal funcionamiento de la salud pública, el robo del tren al sur que perpetran pistoleros DC, la manera en que se dieron vuelta la protesta pingüina y el mismo hecho de que la manden a Vd. en un vejestorio de avión a la China, todo eso, señora presidenta, tiene de leitmotiv secreto tirarla a partir.

A cualquiera en Chile le pasa –es parte del sistema-, como me acaba de ocurrir a mí, que el abogado amigo y diligente lo mete a uno en tremendo forro mientras él sale libre de polvo y paja con su checoso de honorarios. Si eso le acaece a un simple plumario independiente ¿qué se puede esperar en las altas esferas de gobierno, donde todos, absolutamente todos, viven afilando sus hachas?

Y no es un hacha común y corriente la que usan; es la de abordaje, esa que trae al reverso del filo una punta aguzada para clavarla a manera de escala en el navío del tesoro al tomarlo por asalto.

¿Qué hacer? Muy simple, Señora Presidenta: hágase caso. Escuche su alma y actúe por intuición. Sí señora, siga su sexto sentido, el ojo clínico del galeno que a menudo, por sobre el estetoscopio o los exámenes, indica el diagnóstico certero.

Sáltese el protocolo y sálgase del libreto. En lugar de avanzadas presidenciales, vaya de sorpresa al Hospital Van Buren de Viña, al Liceo de Aplicación de calle Cummins, a la Inspección del Trabajo de Copiapó y al Tribunal de Familia de cualquier parte. Entonces, vea con sus propios ojos cómo andan las cosas, felicite al ministro del ramo cuando corresponda y en la de no, déle un plazo, so pena de excomunión, para arreglar el pastel.

Así, a huascazo limpio, es la única manera que las bestias tiran el carretón.

No olvide nunca que Vd., su persona digamos, a causa de su popularidad, talento y capacidad de trabajo, provoca envidia a todos cuanto la rodean en la gatera de palacio. Cuídese, pues al decir del refrán “mientras más grande la persona, mayor la cantidad de gente que la quiere muerta”.

También cuente siempre con que el pueblo trabajador está de su lado. Le dimos el voto, mi reina, y seguimos dispuestos a luchar por Vd. y contra los Judas Iscariote que la saludan, tal como al Redentor, de beso en la mejilla.

Cordialmente

Saulo (el de ¿por qué me persigues?)

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