Pablo Huneeus
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EL CARÁCTER CHILENO HOY
por Pablo Huneeus

Quizás desde mucho antes que en 1539 el hidalgo Pedro de Valdivia invadiera a sablazos “este valle que se dice Chile”, sus habitantes se preguntaban al despuntar la primavera ¿cómo somos los chilenos?

En septiembre, junto con desenfundar la bandera, acordarse de que hay música propia y masticar choripanes, surge la inquietud por cumplir con el mandato délfico “Conócete a ti mismo”, clave de la filosofía helénica.

El más completo estudio al respecto es el libro del colega Hernán Godoy Urzúa (1920-97) “El Carácter Chileno”, publicado por la Editorial Universitaria en 1977. Analiza la identidad nacional a través del tiempo en base a textos que van desde “La Araucana”, (Madrid 1590) al sermón “El alma de Chile” que el Cardenal Raúl Silva Henríquez le espetara a la Junta Militar en el Te Deum del 18 de septiembre de 1974.

El siglo XIX, de la Independencia a la Guerra Civil de 1891, está jalonado de personalidades fuertes, llevadas de su idea y cuyo ímpetu físico sea para cantarlas claro (y sin micrófono), poblar el país o labrar a pulso la tierra, nos sorprende a los que no hacemos nada sin energía externa.

Pero con el correr de la modernidad, ese mismo temple impetuoso de nuestros antepasados, va dando lugar a algo más refinado, sibilino y burocrático. Todo se va en papeleo y el hombre gris aparece a mediados del siglo XX como el arquetipo de la personalidad chilena: apocado, hablando en diminutivos y resignado a su suerte.

Entonces, la cuestión es saber hoy, en vísperas del bicentenario, dónde estamos en recursos de personalidad. ¿Somos más hombres? ¿Más comprensivos e inteligentes? ¿Nos expresamos mejor? ¿Hay más ñeque? ¿La mujer sigue generosa y desinteresada? Las nuevas generaciones ¿cómo vienen?

Como quien hace empanadas para el dieciocho, he aquí algunos condimentos nuevos del temperamento nacional.

ENDURECIMIENTO. La relación humana, sobre todo en la ciudad, se ha vuelto más fría y dura, o sea ha cambiado la esencia de la interacción que entablamos con personas. Hacen todo por destruir la sensación de seguridad emocional en que anida la compasión y la benevolencia. Se ha llegado así a que el trato mismo, sea del automovilista al peatón, del vendedor al cliente o de profesor a alumno, sea hoy brusco y seco, con tendencia al abuso de posición dominante. ¿Qué fue de la amabilidad?

UNIFORMIDAD. Si medimos el progreso en términos de libertad de espíritu, vale decir de crecimiento personal, se advierte una mayor uniformidad. Hay distintos estamentos, barrios y sectas, —algunos, verdaderos mini mundos cerrados— pero dentro de ellos resalta la homogeneidad, como si todos sus integrantes fueran cortados por la misma tijera. ¿Quién soporta que alguien cerca piense distinto?

PROGRAMABLE. El pensamiento único propalado por los medios ha tenido su efecto: el chileno está, al fin, llegando a ser un buen robot. El sociólogo estadounidense David Riesman (1909-2002) en su fundamental obra “The Lonely Crowd” distingue entre la gente “inner-directed” y la “other-directed”. Como siempre, vamos a la saga del imperio: la personalidad accionada por la entelequia interior del individuo, ha ido claudicando ante el hombre masa programado de arriba. ¿Queda alguien que mire el mundo con sus propios ojos?

METALIZADO. Son muchos los factores —consumismo, endeudamiento, frivolidad— que han llevado a endiosar el dinero como el redentor que justifica cualquier medio para alcanzarlo. Soborno, robo o seducción, todo vale si da plata. ¿Qué fue del amor sin precio?

DISTANTE. El chileno ha llegado a sentirse extranjero en su propia tierra. Los edificios, el alejamiento del campo, las vías segregadas, todo eso lleva al desarraigo, a sentirse ajeno tanto a la geografía como al sistema. Se ha instalado en el carácter nacional la indiferencia hacia la polis, el miedo a participar en la sociedad civil, el egoísmo despiadado. ¿A quien le importa lo que le pase a los demás?

MUTISMO. Típico del chileno actual es entrar callado y salir mudo. El discurso público, lo que finalmente dice la gente, se caracteriza ahora por la debilidad de las opiniones, situación que incide en el manejo del lenguaje y capacidad de comunicación. ¿Para qué hablar?

ADICTO. La masiva y omnipresente ingesta de alcohol y demás drogas legales —ansiolíticos, energizantes, somníferos o antidepresivos— o ilegales, como la marihuana y la cocaína, necesariamente afecta la personalidad modal del país. ¿Somos una nación de drogos y cureques?

DESPISTE MASCULINO. Algo ha pasado con la virilidad; se ha debilitado la imagen del padre y por ende el aprendizaje de ser hombre. Del machismo irresponsable caímos a una melcocha de roles cambiados, donde mujeres cargan armas de guerra mientras varones cambian pañales. En política, televisión y deportes prima ahora la figura andrógena: voz de laucha, ademanes delicados e ideas mitigadas, por no decir coquetas. El señor de la casa ¿murió?

LOBO ESTEPARIO. Ha disminuido el número de amigos que tiene el chileno y va en aumento su ineptitud para trabajar en equipo. También ha bajado el tiempo promedio destinado a practicar la amistad. Almuerzos de camaradería, comilonas con los compadres, grupos de oración o de música, son cada vez más escasos. Su legendario instinto de camaradería, ¿habrá que retirarlo de los ingredientes típicos del carácter chileno?

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