Pablo Huneeus
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¿Y EL LIBRO, MICHELLE?
por Pablo Huneeus

Estuvo excelente el discurso del 21 de mayo donde la presidenta Bachelet dio cuenta de su gobierno ante un montón de encorbatados en los salones del Congreso. Los ciudadanos que la vimos de lejos quedamos tranquilos con la óptima conducción que, en sus palabras, le está dando a la nación. Hasta le deseamos que le vaya regio en su viaje a Europa la próxima semana.

Sin embargo, en la madrugada (son las 05:10 A.M.) me despierto con el imbunche de garras afiladas revoloteando en la cabeza. Es esa suerte de murciélago que había tras ella, el respaldo de una silla de la testera que tiene forma de ave rapaz, con las alas abiertas en pose de vampiro al ataque. En la tele se veía de color negro, muy negro.

Tan ominoso emblema que pusieron a sus espaldas, ¿es la representación simbólica de los chupa sangre que la rodean? ¿Es la svástica de los apitutados? Capaz que así sea, pues todos los presentes ayer en el acto, absolutamente todos y a doble cachete muchos, se alimentan del contribuyente.

Para peor, hay demasiados que tras amables sonrisas atornillan al revés del sentido humano, bien intencionado que ella quiere darle a su administración. Como por compromiso, cada cual aporta al despelote: la filósofa de Chiledeportes, los ineptos de Educación, los caraduras del Transantiago, la mafia parlamentaria, los jueces pro delincuencia, los capataces del capital financiero y tanto otros “servidores públicos” que parecen haberse concertado para descarrilar el tren.

También el libro. Perseguido por el militarismo que asoló a Chile en los años 1970, a los cien días del asesinato de Orlando Letelier fue gravado con el impuesto al valor agregado IVA. Dicho tributo, conocido también como ¡Imbéciles Vamos Adelante!, es uno de los más altos del mundo. Fue instrumental para que Tontilandia ostentara, junto a sus logros económicos, los más altos precios de libros en el planeta Tierra, —algunos valen el triple que en Argentina— y los más bajos índices de lectura.

No se preocupe mister inversionista extranjero, aquí la gente trabaja como mula sin pensar ninguna cuestión. Hay paz social, decían.

Fue el apagón cultural, muy eficaz para lograr el sometimiento del chileno y que a su manera subsiste en la forma de libros de elite, caros y bajo control del Estado. Sucesivas “ley del libro” no han hecho más que subsidiar lo políticamente correcto y con ello ahogar la producción masiva de libros distintos, que reflejen la vida misma.

Por su parte, las editoriales del “Reino de España” (tal es su nombre oficial), tipo Santillana o Arrayán, se han amañado con el Ministerio de Educación para crear nichos monopólicos de textos escolares —obligación de comprar tal marca— que fuerzan al educando a pagar precios de extorsión.

Señora presidenta, ¿por qué no le quita, de una vez por todas, el IVA al libro?

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