Pablo Huneeus
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VIRGINIA TECH & VIDEO GAMES
por Pablo Huneeus

Tras la matanza de 33 alumnos y profesores ayer en la Virginia Polytechnic Institute and State University de Blacksburg, Estados Unidos, los sobrevivientes no cesan de remedar que era como una película.

Sería muy malo, inverosímil, un film que mostrara un asesinato doble a las 7:15 en el internado de un establecimiento educacional, que las clases se inician a las ocho como si nada y que a las dos horas de la primera balacera, tras ir tranquilamente al correo, vuelve el mismo protagonista con sus flamantes pistolas —una de 9 mm y otra del 22— y comienza a matar a profesores y alumnos de distintas razas y credos. Entre cadáveres y heridos, quedaron 42 baleados. Todos con sus buenos tres tiros en el cuerpo.

Es lo que hizo el estudiante coreano de 23 años Cho Seung-hui, sin que nadie, absolutamente nadie, lo contuviera luego de su primer ataque o le diera un combo cuando más tarde le dio por entrar a distintas salas de clase y apuntarle primero al profe, para luego ir pausadamente liquidando un estudiante tras otro. Nada de gritos, ni tiros al aire: uno a uno, como indica el manual.

Matonaje “ad libitum”, podemos decir, porque aterrorizó, acribilló y mató hasta hartarse. Cuando estuvo lleno, no antes, él de su propia mano, como quien deja la cuchara sobre la mesa, se retiró del evento quitándose la vida.

Entre el primer y último asesinato, ni la policía ni el badulaque del rector alertaron a los estudiantes del peligro. Ni un repique de campana, sirena o alarma de incendio, nada. Así de segura y protegida está la juventud con las autoridades educacionales de hoy.

Película no, pero ¿has visto videojuegos últimamente? Tiene que haber confundido la pistola con el “joystisck” de su “play station”. Son tan vívidas esas diversiones de computador, tan absorbentes y entretenidas, que pronto el adolescente robotizado pierde la capacidad de responder humanamente al mundo real y se entrega a un cosmos digital donde él es fuerte, atractivo y sobre todo, poderoso.

De un clic, bota una aeronave, de otro vuela un castillo y con un rápido giro ametralla a muerte la banda de alienígenos que trató de atacarlo por sorpresa. Bang, claj, chas, pum pum, son los ruidos que por horas salen de la pieza de quien creemos, está haciendo sus tareas. Hasta simulaciones de asesinatos en serie, como el de Virginia, traen dichos juegos, junto a movidas balaceras, explícitas copulaciones y demás episodios de violencia que han llegado a ser la fibra misma del espíritu capitalista.

Es significativo que los escritos de Cho Seung-hui —unas piezas de teatro que debía componer para sus clases de inglés— revelen una pobre, sino inexistente, imagen del padre. Detestaba el poder masculino en general, personificado en un padrastro que sindica como el asesino de su verdadero padre y en profesores abusivos que él se propone desangrar a muerte.

Por lo que cuenta su profesora guía un par de años atrás, el epicentro de su inquietante comportamiento —mutismo, incomunicación, violencia contenida— estaba en su familia donde, se especula, a temprana edad dio señales de esquizofrenia asociada a una padrectomía (extirpación del padre).

A su manera, pues, parece haber sido otra víctima más de la prescindencia de padre real y presente que preconiza el movimiento feminista, como que las nuevas leyes de familia reemplazaron el cuarto mandamiento (“honrarás padre y madre”) por: “Si eres madre, tendrás poder total sobre tus hijos.”

¿No me crees? Si ella piensa distinto, trata de poner a tus niños en el colegio de tu preferencia o educarlos en tus valores. Verás que es imposible y si la discrepancia llega a la separación, es la madre quien automáticamente tiene la tuición. Ella decide si los hace católicos, ingenieros o delincuentes, lo que sea porque de tus hijos, buen padre, sólo queda un número de cuenta dónde depositarle a ella la “pensión de alimentos”.

Entonces, prepárate para ver a tus niños entregados a sectas religiosas, colegios étnicos o bien a solemnes idiotas, como el de Virginia Tech, sin que puedas poner coto al matonaje, sea físico o intelectual, ni controlar a los docentes que tú mismo pagas en la colegiatura.

Más aún, como progenitor —es ahora la norma— debes aceptar impávido que a tus hijos los sometan a algo mucho peor que la penetración anal de un pederasta: la de tipo mental por la cual madre simple, colegio caro y tías chochas les envenenan el alma con tirria al padre, y por ende, al carácter varonil (Síndrome de Alienación Parental, SAP).

Moraleja: Cho Seung-hui, cual Hamlet, es la demostración metafísica del peligro que corremos todos cuando mamá impositiva le extirpa a su hijo el padre.

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