Pablo Huneeus
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DEL EMPACHO AL RAQUITISMO
por Pablo Huneeus

Érase una vez una larga y angosta vaca que un buen día dejó de dar leche. Está engordando demasiado, dijo el capataz de la hacienda, hay que darle un tratamiento de shock para desinflarla. Tiene empacho, agregó un vaquero, ¡quítenle forraje, caramba y tápenla de intereses!

Échenle tintura de yodo y unos cuantos burros del tropel de burocracia, recetó la meica, con inspectores y sanguijuelas surtidas para que no levante cabeza.

Otro experto en arriar vacunos fue más lejos aún: bajen las cercas del alfalfal para que vengan de todos lados a pastar gratis. Y pónganle al consumo popular un dieciocho, no de septiembre, sino de Impuesto al Vuelo Agregado.

Con tan enérgico tratamiento y apoyados por la sequía que súbitamente asoló al mundo, lograron terminar con la hinchazón del otrora productivo animal. ¡No me ayude tanto compadre!, clamaba entre un mugido y otro, pero nadie le hizo caso.

¡Bravo, terminamos con la inflación! gritaron ufanos los camperos lanzando sus sombreros al aire. Tenían razón de celebrar: toda una vida llevaban peleando contra el mal de la vaca panzuda y ahora, al fin, en vez de aumentar de peso, mes a mes bajaba su ipecé.

Encandilados por sus logros, no captaron que se les pasó la mano con el sufrido rumiante, pues de tanto mermarle la gordura sin enjundia le causaron raquitismo a las vértebras. A este mal de la empresa media, los abuelos de los años treinta, quienes vivieron la gran depresión, le tenían más miedo que al diablo, como que Estados Unidos vino recién a recuperarse con la Segunda Guerra Mundial. Y un país siempre presto a olvidar que sus volcanes eruptan y su tierra tiembla, no es raro que desdeñe tan nefasta dolencia.

Sus síntomas: insuficiente forraje para el ganado base, excesiva dependencia externa, sobrada mercadería en oferta (sobre inversión), contracción de las ventas, bajos precios, reducción de personal y aumento del endeudamiento.

Entonces, cuando Carmela viene “de San Rosendo pa la ciudá” se encuentra con todo botado de barato, pero ¡ay que infelicidad!, no tiene plata. Ni pega.

Mira a su alrededor y ve tantos “se vende o arrienda, visite piloto” que piensa ¿y todo para qué? Tanto construir para dejar desocupado, tanta industria nueva para terminar todas trabajando a media máquina y tanta tienda, tan lindas algunas, para no vender ni chapa.

No, no es bueno para las empresas vender tan barato como no es bueno para la vaca comer poco. De tanto disminuir costos se atrofian, despiden a su gente y ahondan, cada una en su ámbito, la baja confianza del consumidor. Y de tanto pisotear la pradera en busca de verde, unas con otras se van tirando para abajo en un espiral de compromisos incumplidos.

Cesantía es la consecuencia, el desaprovechamiento de nuestros recursos humanos, con su secuela de anomia social (desencanto, delincuencia) y de escaso poder adquisitivo (baja demanda interna), todo lo cual no hace más que aumentar el raquitismo deflacionario.

Moraleja: no hay peor remedio que el de otra enfermedad.



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