Pablo Huneeus
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DE VENDIDOS Y DECENTES
por Pablo Huneeus

¿Leeríamos “La República”, por ejemplo, o el “Fedón” sobre la inmortalidad del alma, si Platón, entre una pregunta de Adimanto y una sentencia de Sócrates, promocionara telas fenicias? ¿Le creeríamos algo a Albert Camus si hubiera intercalado avisos de agua Evian en medio de “La Peste” o del siempre actual “L’Homme Révolté”? (“Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica,” dice en la estremecedora introducción... “Nuestros criminales no son más esos niños desarmados que invocan la excusa del amor. Al contrario, son adultos y su coartada es irrefutable: es la filosofía que puede servir para todo, incluso para convertir a los asesinos en jueces.”)

Por cierto no. Y en buena hora, pues a fin de asegurar la libertad de pensamiento, no se tolera que el filósofo, novelista o cronista de periódico, ande vendiendo pomadas. ¿Por qué, entonces, la televisión no hace otro tanto?

¿Será que no hay libertad alguna de opinión en dicho medio?

Lo que vemos en pantalla son robots, figuras que las encienden a determinadas horas para que lean algunas “noticias”, o a lo sumo “comenten” –y siempre bajo estricto control- determinadas pócimas de propaganda gubernamental.

Doña Cecilia Serrano, toda una dama, la brillante Karen Ebersperger y la vivaz Macarena Pizarro, junto a Bernardo de la Maza, Patricio Bañados y al gran Héctor Noguera son de las pocas figuras de la televisión que al menos han tenido la decencia de no arrendarse a la propaganda comercial.

Pero, su opinión ¿dónde está? ¿No tiene acaso Cecilia alguna idea propia? El buen Bernardo, que no es nada de tonto, tiene que estar a favor o en contra de muchos de los desfalcos y apaleos que informa. El problema, claro está, es que alguien al hacerse el leso se vuelve leso, pues –ya lo dijo Aristóteles– las virtudes las tenemos sólo a fuerza de practicarlas.

Categoría aparte es Santiago Pavlovich, quien en pleno bombardeo de Bagdad nos expresa su sentir. Quizás influenciado por la libertad de opinión propia de los corresponsales extranjeros, no se limita a constatar fríamente la imagen, sino que nos transmite en sus palabras el espanto ante sus ojos. Es persona, no androide.

Esto, porque la guerra contra Irak, que en el fondo es una guerra Chile y contra todos cuantos quieran beneficiarse de sus propios recursos, produjo un apabullamiento de la opinión. Del otrora valiente Lagos para abajo, quedaron todos los chilenitos temerosos de cantarlas claro: no sea que la junta Bush-Rumsfeld les de un tapabocas.

Luego de los mentados decentes, vienen los vendidos: aquellos innombrables que aprovechan su sitial en la tele para entregarse por dinero a causas tan pueriles como Tapsin, los juegos de azar o el papel Confort.

Fácil es comprender cuánto desmoraliza a la juventud ver a personas presentadas como modelos de vida, animadores estrella o sabios comentaristas , convertidas en actores del comerciales, la especie más baja de la evolución.

Por eso, así como la TV indica de antemano cuando viene un programa de “Responsabilidad Compartida”, en aras de la transparencia debía tipificar a sus maniquíes. Una “R” tatuada en la frente para los robots de planta; una “V” de vendidos a los que se arriendan a intereses comerciales y una “D” de decentes a los que no son corruptos.

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