Pablo Huneeus
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SUPRIMIDA LA CAUSA, CESAN LOS EFECTOS.
por Pablo Huneeus

Los palos gruesos callan por educación: no hablan con la boca llena. Entretanto, el medio pelaje político ha estado muy locuaz durante la erupción de “los que viven por sus manos” contra la presión fiscal (pasajes, sueldos, costos de la salud etc.). En foros, estudios de TV, y “puntos de prensa”, —lejitos de la gente sí— los comunicadores del sistema tratan de explicar lo que nadie arriba de los cinco millones al mes entiende.

Tanto hablan en redondo, que parecen náufragos en cerrazón de niebla, incapaces de valerse del pensamiento lógico para dilucidar su situación. Hasta el manejo del idioma es pobrísimo en la élite; escaso vocabulario, apabullada pronunciación, nula lectura, y la redacción escrita de legisladores y ministros, más enrevesada que nunca.

En mi desesperación por verlos confundir pan con charqui, se gatilló al fondo del ‘cuore’ la tesis para recibirse de médico que Ricardo Cox Méndez, padre de mi madre, presentó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile en agosto de 1894.*

Es de psiquiatría y siguiendo los lineamientos del neurólogo francés Jean-Martin Charcot, maestro de Freud, en vez de atender adocenado en la consulta, acude a «una pequeña aldea del departamento de Itata» a estudiar en terreno «una especie de histerismo epidémico» que atormenta a tres niños, y sus acongojados padres.

Luego de examinar el físico de cada paciente, sin encontrar más que desaseo y flacura, y de descartar por inútil el opio que les habían recetado, nota ¡elemental Watson!, que la vivienda está camino al cementerio. El incesante desfile de cortejos fúnebres y deudos de negro, sumado a la proximidad al quitapenas, que induce al papá a beber duro, sospecha el aprendiz de doctor, es la raíz del mal.

Y para demostrar su enunciado, los cambia de ambiente. El tata Ricardo es nacido y criado en Concepción, y por lo Méndez, Urrejola, Menchaca etc. conoce a medio mundo, así que ubica al padre como Maestro de Escuela en una hacienda libre de alcohol, al niño en una tonelería de Chillán, y a la niña mayor como sirvienta en la casa de campo de unos tíos. Al menor, para mejorarse le bastó el alivio de no tener más a sus hermanos mayores encima.

Hacia el final de la tesis dice, en envidiable estilo: «Como se ve, el caso que he terminado de relatar es una aplicación perfecta y feliz de aquel conocido principio filosófico, que si es verdadero en filosofía, en clínica tiene por desgracia frecuentes y dolorosos desmentidos “suprimida la causa, cesan los efectos”, Sublata causa, tollitur effectus.»

En alemán dicha noción —bueno, que la cultura greco-latina no logró cruzar el Rhin— suena a grito de sargento en patio de regimiento: «Druck und Gegendruck» (presión y contra presión).

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* Anales Chilenos de Historia de la Medicina, 1961. pp 411 a 422.

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